12 diciembre 2005

Perra

- ¿Cuándo fue que perdiste toda tu gracia? ¿Alguna vez la tuviste? Sabes, tú eres un error en mi vida, de eso estoy seguro, pero aún no entiendo cómo pude ilusionarme contigo.
Han pasado casi cuatro años desde cuando yo creía estar enamorado de Luna. Salimos como dos meses, inclusive llegamos a estar oficialmente dos semanas. Realmente me encantaba. Tenía un rostro fino y delicado, una pequeñísima nariz casi imperceptible y ojos pequeños cerrándose en una diminuta línea que concedían en todo momento miradas coquetas y muchas veces sensuales. Tenía lindo cuerpo, cintura pequeña, grandes caderas y piernas bien torneadas. Me tenía loco, solía juntar sus mejilas a las mías y esperaba tranquila a que yo girará mi cuello en busca de sus labios, en el momento preciso alejaba su rostro lo suficiente para evitar el beso pero sin romper el instante, luego preguntaba: Santiago ¿por qué lo haces? No quería decirle que quería algo serio, que estaba enamorado, porque no pretendía mentirle. A lo mucho decía porque me gustas, para lo cual ella contestaba: Esto no va a poder ser, no nos hagamos daño. Otras veces le contestaba que no sabía porque lo hacía, simplemente se me antojaba hacerlo, ella se ofendía, me empujaba y decía ¿Te quieres hacer el pendejo conmigo? ¿acaso soy fácil como tus amigas? Me controlaba a su gusto, avanzaba hasta donde ella quería. Sólo en mis borracheras no podía escapar, cuando intentaba soltarse de mis brazos yo la cogía con más fuerza y la besaba, se restía por algunos segundos luego cedía, después hundía la mirada en el piso y lentamente la levantaba diciendo no sé a donde llegaremos. Yo la consolaba, no te preocupes sólo dejemos pasar las cosas.
- Santiago, aunque no lo creas, yo te quiero.
Por sus mejillas se deslizaban lágrimas. Se cubrió el rostro. Lo único que aún conservaba bello, pues se había esfumado su lindo cuerpo, se redujeron sus caderas, sus nalgas se desinflaron, sus piernas adelgazaron, su cintura albergaba un bulto (producto de excesivas comidas grasosas), su gusto al vestirse quedo atrás y su mirada ya no mostraba nada. Además había sumado excesivas jergas a su lenguaje, groserías e incoherencias, aprendidas en uno de los barrios más peligrosos del distrito donde vivía. Recordé la primera vez que fue sola a mi casa, sólo deseaba llorar, se quejaba de no tener amigos, de no tener más vida que la compartida con Samuel, su enamorado y mi amigo de infancia, había terminado con él definitivamente luego de meses intentando recuperar su relación guiada en su tramo final sólo por la costumbre. Esa noche me abrazó fuerte y lloro desconsolada en mi hombro, no se soltaba, me sentí raro. No pensaba traicionar a mi amigo, pero con el pretexto de la compasión seguí frecuentándola. Una tarde, en la casa de Chanchín, luego de unas copas de vino, volvió a llorar como aquella primera vez, yo no lo soporté. Luna, yo no soy tu paño de lágrimas le dijé, deja de llorar. Ella se secó las lágrimas y me besó, nos mantuvimos juntos hasta la noche. En la cama, le conté las infedilidades de Samuel, ella volvió a llorar y me abrazaba más fuerte cada vez. Santiago ¿Desde cuando te gusto? preguntó aquella noche. La respuesta salió automaticamente de mi boca, desde hace mucho tiempo, desde antes que estuvieras con Samuel, pero yo respeté a mi amigo. Logicamente segundos después me sentí mal por mentir.
- Aún no aprendes a besar.
Con dulzura le había separado las manos del rostro, le sequé las lágrimas y la besé por varios minutos. Antes, me encantaban sus besos, la forma en que mordía mi labio inferior, como acariciaba mi cabello con sus uñas. Cuando salía con ella no tenía mucha experiencia con mujeres, sólo había compartido mis fluidos con tres o quizás cuatro. El chato me hizó notar que besaba mal, sólo tenía una forma de hacerlo. Estabamos en su techo, la semana anterior él me había contado que tenía miedo porque Samuel se podía enterar de su romance con Luna. Yo ya lo sabía, pero me quedé callado, aún mantenía contacto con ella, Luna hacía un mes me había llamado para contarme que salía con César, El Chato, quizás el mejor amigo de Samuel. Sentí la obligación de advertir al Chato, le conté mi relación con Luna, todo lo que había sucedido un año atrás mientras salía con ella. César recapacitó y se alejó de ella, pero quedo una astilla en su alma que hasta ahora le impidé verme como un amigo, también le contó todo a Samuel incluyendo mi confesión. Nadie sabe con exactitud que ocurrió entre los dos, felizmente eso quedó en el pasado, ella ahora es un bache en mi larga amistad con Samuel, del Chato no sabemos nada desde hace más de un año.
- Eres un tarado Santiago. Yo te cuento mis cosas porque aún eres mi único amigo, no confío en nadie más.
- Se te quedaron las malas costumbres ¿Cómo se te ocurre estar saliendo con el mejor amigo de tu ex enamorado? Encima los dos manejan pistola, se pueden hasta matar.
- Puta madre, no hagas ese tipo de bromas.
- No sé en que chucha estas pensando, no aprendes.
La abrazé como siempre lo hago cada vez que viene a contarme sus múltiples problemas. Cada tres meses ella hace su perigrinaje y me busca, limpia sus pecados llorando en mis hombros. Pero esta vez al besarla sentí asco, me supo tan amargo como una chela caliente. Me despedí, al llegar a mi casa llamé a Nati para contarle, se rió mucho y me dijó: Ya ves, tu amiguita es una tremenda perra.